2 de febrero de 2011
El precio injusto
Jugando con fuego...
El esquema parece repetirse, como si se siguiera un guión que en otras ocasiones le dio a alguien buenos resultados. Dictadores y tiranos, que habían recibido todo el apoyo de sucesivos gobiernos de los Estados Unidos de América, se tambalean cuando el imperio ve con mejores ojos su sustitución que su continuidad, váyase usted a saber por qué ignotos intereses y estrategias.
Lo de Mubarak en Egipto me recuerda lo que viví en Filipinas en el 86, trabajando para los informativos de TVE, cuando Ferdinand Marcos pretendía quedarse en el poder a pesar de que Cory Aquino había ganado las elecciones en medio de un importante ambiente de fervor popular, que en aquel caso aglutinaba el Namfrel (National Movement for Free Elections), esperanzado por el cambio. Todo era euforia y camaradería hasta que grupos de defensores del poder establecido comenzaron a agredir por las calles a opositores, es decir, a la mayoría de los ciudadanos, e informadores, que también entonces éramos legión, movilizados por el impresionante despliegue que hicieron los medios norteamericanos en la ciudad de Manila. Ante el escaparate mediático se escenificó la tensión, la violencia, la muerte (tiene que haber algunos muertos para que la estrategia funcione, es su precio), el peligro de desestabilización... Hasta que llegó un senador norteamericano, Dick Lugar, si mal no recuerdo, a encargarse de poner al tirano en un aeródromo y, de paso, a hacer buenas migas con la nueva relación de poderes.
En Filipinas también hubo un factor religioso, que no es exclusivo de los países musulmanes, evidentemente. Entonces fue el cardenal Sin, arzobispo de Manila, un factor determinante de apoyo a los movimientos populares frente a Marcos, uno de los más corruptos políticos de la historia, y mira que hay competencia en ese mérito… En estos días parecen cobrar especial protagonismo en Egipto los Hermanos Musulmanes, que tampoco aceptan la continuidad de Mubarak. Los movimientos religiosos pueden aglutinar multitudes y entusiasmos, pero ellos solos no pueden derrocar a dictadores tan bien instalados. Ni siquiera contando con eso que convenimos en llamar la voluntad popular y que ya hemos comprobado que en realidad no tiene la más mínima capacidad de decisión en ningún lugar del mundo. Porque en las democracias también mandan los dineros, los intereses, y no las voluntades populares, empeñadas desde hace más de dos siglos en conquistar ciertos espacios de justicia para que un par de especulaciones financieras se los borren de repente. Nada se hará sin que lo negocien los poderosos con los ricos. EEUU, Israel,… no se me ocurren más factores, pero se admiten apuestas. ¿Quién irá a Egipto a hacerle entrega del viaje que ha ganado el dictador en el famoso concurso de los mejores servicios prestados?
El precio injusto…
Con las prisas, Imelda Marcos tuvo que dejar en Manila sus más de mil pares de zapatos. ¿Qué se dejarán los Mubarak en El Cairo, aparte de esos muertos y heridos que enseguida olvidaremos?
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